Game over

Hoy sale en TechCrunch, mañana en cualquier otro blog o medio «serio» (donde las comillas implican ironía), y así sucesivamente: la industria discográfica (que no musical, que es muy distinto) prosigue su hemorragia. El dato del día: las discográficas estadounidenses vendieron la semana pasada un 20% menos que la misma semana del año anterior. Es un dato anecdótico, sí, pero significativo: las cosas van mal para los que venden discos (menos mal para los que trabajan sin soporte físico, pero la cosa no compensa) y todo parece indicar que el desangramiento acabará matando al enfermo — que, insistamos, es la industria discográfica, no la música. Al que aún confunda el culo con las témporas le recomendamos que le eche una ojeada a las colas para entrar al próximo Primavera Sound o al Sonar. O al Liceu. Cada día nos vamos más de concierto. Cada día pagamos la entrada más cara. Si en la cesta de la compra del IPC salieran las entradas del concierto lo de la inflación iba a ser curioso.

Y más vale que se vayan acostumbrando al pronóstico. La revolución industrial se llevó unos cuantos sectores económicos por delante. Todo parece indicar que las discográficas son uno de los «daños colaterales» de la revolución digital. Han tenido cien años para disfrutar. Parece que se les acaba. Renovarse o morir. O quizá sea mejor frase la de la retirada a tiempo… Que no se me olvide nadie (sobre todo, por favor, en el Ministerio de Cultura, que podría actuar como tal, en vez de como delegación en el Gobierno de la industria del disco), sin embargo, que igual que de media todos vivimos mejor después de la revolución industrial, lo mismo va a pasar con esta versión digital. Es duro ser la víctima, sí, pero quien siembra vientos recoge tempestades, y esta industria no ha hecho gran cosa en un siglo para granjearse las simpatías de prácticamente nadie (con los músicos a la cabeza). No va a haber muchas lágrimas el día del entierro. Acostúmbrense: se van a convertir ustedes en un nicho para clientes fanáticos (no se preocupen, que estaré en la cola de los pagadores, como de costumbre: las adicciones son duras de dejar).

Esos mismos músicos, mientras tanto, (los «normales», los de grabar una maqueta y vender, con suerte, mucho trabajo, litros de sudor y alguna que otra lágrima, 500 copias, e ir actuando por bares y salas pequeñas) cada vez lo tienen más fácil para hacer lo suyo, que siempre, con la pequeña excepción del siglo XX, ha sido lo mismo: crear y tocar. En vivo, no en lata. Y es que el ProTools (o el Vegas, o el Audition, o el que toque) ha puesto el multipistas al alcance del que se lo proponga (o como mínimo al alcance de todo aquel que se pueda comprar una Stratocaster). Ahora el mailing de promos se hace desde GMail. O desde MySpace. Venderán 500 copias menos, sí. Pero es que antes las 500 copias daban beneficios para comprar pipas, si había suerte.

Pues eso. Game over, señor Farré. Fue bonito mientras duró. Y tenga usted el buen gusto de morirse (metafóricamente hablando, desde luego) con dignidad. Nos lo debe. O sea que deje de tocar las narices con el canon, hombre de Dios, de una puñetera vez.

PS Y puestos a tocar las narices, un par de apuntes.

  • Lleva el Azureus 24 horas descargándose la lista de los cien mejores discos de los ochenta, según el ranking de Pitchfork (Ahora mismo escucho Hey Ladies, de Paul’s Boutique, de los Beastie Boys, el tercer disco de esa lista). Cien discos cien. Algo así como siete gigas. Y eso que uno le paga a Pixbox religiosamente cada mes. ¿Quieren ustedes saber por qué? Porque bajarse música de Pixbox es un procedimiento doloroso, con una aplicación que falla más que la pistola del malo, buscando en una base de datos que parece pensada como contraejemplo de buenas prácticas, con discos que aparecen por triplicado y metadatos introducidos por alguien que debía tener Parkinson y Alzheimer (o muy, muy mala baba).
  • Y otra cosa más que me produce curiosidad. Como cliente de Pixbox, le he pagado en lo que va de año 30 euros (más los dichosos impuestos indirectos no incluidos). ¿Sabe cuántos discos me he bajado? Yo tampoco lo sabía hace media hora. Pero ahora sí, que los he contado. Noventa y cinco (y no se ha acabado marzo). Sale a un poco menos de treinta y dos céntimos de euro por disco. Unas cincuenta y tres de las antiguas pesetas. No me salga con que es música de alquiler: yo le seguiré pagando mientras ofrezca usted el servicio. Y seguiré bajándome música a ese ritmo (o superior, que últimamente no tengo el tiempo ni la paciencia necesarios para pelearme con el dichoso programa). O sea que, si está usted dispuesto a darme su música a esos precios, ¿de qué manga se saca usted los números para pedir lo que pide con el canon de marras?

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