(Lo que sigue es una traducción (no autorizada) de lo aparecido en el blog de Bruce Schneier, Power and the Internet el 31 de enero de 2013. Como siempre que hago estas cosas, el interés es ponerlo al alcance de aquellos para los que el inglés es una barrera. Y siempre es mucho más recomendable leer el texto original.)
Todas las tecnologías disruptivas afectan a los equilibrios de poder tradicionales, e Internet no es una excepción. La historia estándar es que da poder a los más débiles, pero eso es sólo la mitad de la historia. Internet da poder a todo el mundo. Puede que las grandes instituciones sean lentas en hacer uso de ese nuevo poder, pero como son poderosas, pueden usarlo con mayor eficacia. Los gobiernos y las corporaciones han tomado conciencia del hecho de que no sólo pueden utilizar Internet, sino que les interesa controlarla. A menos que comencemos un debate deliberado sobre el futuro en que queremos vivir, y las tecnologías de la información que permiten la existencia de ese mundo, acabaremos con una Internet que beneficia a las estructuras de poder y no a la sociedad en general.
Todos hemos vivido durante la historia disruptiva de Internet. Industrias enteras, como las agencias de viajes y las tiendas de alquiler de vídeos, han desaparecido. La edición tradicional —libros, periódicos, enciclopedias, música— han perdido poder, mientras que Amazon y otros lo han ganado. La empresas basadas en la publicidad como Google y Facebook han ganado una gran cantidad de poder. Microsoft ha perdido una parte del suyo (por difícil de creer que parezca).
Internet también ha cambiado el poder político. Algunos gobiernos perdieron poder cuando los ciudadanos se organizaron en línea. Los movimientos políticos se hicieron más fáciles, ayudando a derrocar gobiernos. La campaña de Obama hizo un uso revolucionario de Internet, tanto en 2008 como en 2012.
E Internet ha cambiado el poder social, mientras coleccionábamos cientos de «amigos» en Facebook, tuiteábamos nuestro camino hacia la fama, y encontrábamos comunidades para las aficiones e intereses más oscuros. Y algunos delitos se han hecho más fáciles: el fraude de suplantación de personalidad se convirtió en robo de identidad, la violación de derechos de autor se convirtió en intercambio de archivos, y acceder a materiales censurados —políticos, sexuales, culturales— se convirtió en trivialmente fácil.
Ahora intereses poderosos buscan dirigir deliberadamente esta influencia en su beneficio. Algunas empresas están creando entornos de Internet que maximizan su rentabilidad: Facebook y Google, entre muchas otras. Algunas industrias presionan para que se redacten leyes que hagan más rentables sus modelos de negocio particulares: las compañías de telecomunicaciones quieren ser capaces de discriminar entre diferentes tipos de tráfico de Internet, las empresas de entretenimiento quieren acabar con el intercambio de archivos, los anunciantes quieren tener acceso sin restricciones a los datos sobre nuestros hábitos y preferencias.
Por la parte de los gobiernos, más países censuran Internet —y lo hacen de forma más eficaz— que nunca. Las fuerzas policiales de todo el mundo están utilizando los datos de Internet con fines de vigilancia, con menos supervisión judicial y, a veces, antes de que se haya cometido ningún delito. Los militares están fomentando una carrera ciberarmamentista. La vigilancia en Internet —tanto gubernamental como comercial— va en aumento, no sólo en los estados totalitarios, sino también en las democracias occidentales. Tanto las empresas como los gobiernos confían más en la propaganda para crear falsas impresiones en la opinión pública.
En 1996, el ciberlibertario John Perry Barlow publicó su «Declaración de Independencia del Ciberespacio». Le dijo a los gobiernos: «Ustedes no tiene el derecho moral de gobernarnos, ni poseen ningún método de ejecución que debamos temer verdaderamente». Era un ideal utópico, y muchos lo creímos. Creíamos que la generación de Internet, rápida en adoptar los cambios sociales que traía esta nueva tecnología, sería capaz de maniobrar más deprisa que las instituciones de la era anterior, más pesadas y lentas.
La realidad resultó ser mucho más complicada. Lo que se nos olvidó es que la tecnología magnifica el poder en ambas direcciones. Cuando los que no tenían poder encontraron Internet, de repente tuvieron poder. Pero aunque los no organizados y ágiles fueron los primeros en hacer uso de las nuevas tecnologías, con el tiempo los poderosos gigantes se dieron cuenta de su potencial —y tienen más poder que amplificar. Y no sólo los equilibrios de poder cambian con internet, sino que los poderosos también pueden hacer cambiar Internet. ¿Alguien más recuerda lo incompetente que era el FBI investigando delitos en Internet a principios de los noventa? ¿O cómo los usuarios de Internet daban vueltas a los censores de China y la policía secrecta de Oriente Medio? ¿O cómo el dinero digital iba a hacer obsoletas las monedas de los gobiernos, y la organización de Internet iba a hacer obsoletos los partidos políticos? Ahora todo eso suena a historia antigua.
No todo va para un solo lado. Las masas de vez en cuando logran organizarse en torno a un tema específico —SOPA y PIPA, la primavera árabe, etcétera— y logran bloquear algunas de las acciones de los poderosos. Pero no dura. Los desorganizados vuelven a ser desorganizados y los intereses poderosos retoman las riendas.
Los debates sobre el futuro de Internet son moral y políticamente complejos. ¿Cómo equilibramos la privacidad personal con lo que la ley requiere para evitar violaciones de los derechos de autor? ¿O la pornografía infantil? ¿Es aceptable ser juzgado por algoritmos informáticos invisibles cuando se te sirven resultados de búsqueda? ¿Cuando te sirven artículos de noticias? ¿Al ser seleccionado para un examen adicional por la seguridad del aeropuerto? ¿Tenemos derecho a corregir los datos acerca de nosotros? ¿De eliminarlos? ¿Queremos sistemas informáticos que olviden las cosas después de un cierto número de años? Son temas complicados que requieren un debate significativo, cooperación internacional y soluciones iterativas. ¿Alguien cree que estamos a la altura de la tarea?
No lo estamos, y esa es la preocupación. Porque si no estamos intentando entender cómo dar forma a Internet para que sus efectos positivos superen a los negativos, los intereses de los poderosos serán los que lo hagan. El diseño de Internet no viene fijado por unas leyes naturales. Su historia es un accidente fortuito: una inicial falta de interés comercial, benigna negligencia gubernamental, requisitos militares de supervivencia y capacidad de recuperación, y la inclinación natural de los ingenieros informáticos de crear sistemas abiertos que funcionan de manera sencilla. No se puede confiar en esta combinación de fuerzas que crearon la Internet de ayer para la creación de la del mañana. Las batallas por el futuro de Internet están sucediendo en este preciso momento: en las legislaturas de todo el mundo, en organizaciones internacionales como la Unión Internacional de Telecomunicaciones y la Organización Mundial del Comercio, y en los cuerpos de estándares de Internet. Internet es lo que lo hacemos con ella, y es creada y recreada constantemente por organizaciones, empresas y países con intereses y agendas. O bien luchamos por un lugar en la mesa, o el futuro de Internet se convierte en algo que se nos hace a nosotros.