Categoría: Propiedad intelectual

  • Más ‘free cooking’

    Al hilo de lo que «decíamos ayer», Steven Frank habla de algunas libertades esenciales al publicar software. Parafraseando…

    • La libertad de escribir la aplicación que me dé la gana, sin la aprobación de nadie.
    • Todo el mundo debe poder descargarla. O no descargarla.
    • La libertad de ponerle el precio que quiera (incluido el cero), sin intermediarios.
    • La libertad de establecer políticas de reembolsos, cupones u otras promociones.
    • La libertad de publicar una actualización inmediatamente (si un error serio lo exige).
    • La libertad de publicar el código.
    • La libertad de participar en el proyecto de código abierto de otros.
    • La libertad de hablar de problemas y soluciones de programación con otros desarrolladores.

    Y sí, (i) está hablando de la tienda de aplicaciones de iTunes y (ii) a mí me fastidia casi tanto como a él el bosque cerrado de tito Steve… (Si leéis la entrada veréis que tampoco escatima felicitaciones por los puntos positivos del modelo, que alguno hay :-) )

  • Free cooking

    Vaya por delante: si me dan a elegir entre código libre y código abierto, me suena mucho más atractivo lo de abierto que lo de libre. Pero confieso que, incluso después de haber estudiado un poco el tema, sigo sin tener muy clara cuál es la diferencia y cada vez que consulto listados de licencias de la Free Software Foundation y de la OSI me hago un lío más grande. Cortito que es uno, oiga.

    Vaya por delante, también, que, por filosofía, tanto ‘open’ como ‘free’ me suenan mejor que ‘closed’ o ‘proprietary’, pero que tengo por casa copias legales de Windows XP, de Vista, de Microsoft Office y un buen montón de software de Adobe. De la misma manera que tengo corriendo algún Linux y copias de OpenOffice.org, The Gimp o Inkscape. A igualdad del resto de factores, me quedaré con la solución abierta/libre sobre la cerrada/propietaria. Y a falta de una cuenta corriente infinita, lo gratis suena más atractivo que lo comercial, también (aunque no, no confundo ‘free as in free speech’ con ‘free as in free beer’).

    Viene la cosa porque releo las anotaciones de Isma (Richard Stallman: Free Software and Beyond) y Julià Minguillon (Be free, my friend) sobre la charla de Richard Stallman en el FKFT (que me perdí, cosas que pasan, a pesar de currar un par de días de voluntario en la conferencia) y me vienen a la cabeza diversas cosas.

    La más importante, sobre todo, por una anotación que recoge Isma de lo dicho por Stallman: que la analogía con las recetas de cocina es la mejor para comprender las cuatro libertades del software libre. Ciertamente, ¿no deberían garantizarse universalmente las cuatro libertades de las recetas de cocina?

    • La libertad de elaborar una receta, para cualquiera (libertad 0).
    • La libertad de estudiar una receta y adaptarla a tus necesidades (libertad 1). El acceso al ‘código’ de la receta es una precondición para esta libertad.
    • La libertad de redistribuir copias de la receta para ayudar al prójimo (libertad 2).
    • La libertad de mejorar la receta y publicar tus mejoras, para que toda la comunidad se beneficie (libertad 3). De nuevo, el acceso al ‘código’ es una precondición.

    Hablamos de comida y no creo que nadie me discuta que la cocina es tan esencial como el software para la humanidad (habría, incluso, quien llegaría a decir que la cocina es más importante…). Tampoco discutirá nadie que es vital (nunca mejor dicho) la existencia de un corpus de recetas libres y abiertas, amplio y bien documentado.

    Y sin embargo, todos (o al menos todos los que vivimos en el primer mundo y disponemos de una renta digna) hemos ido alguna vez a algún establecimiento de comidas que vulnera impunemente las cuatro libertades y, de regalo, no revelaría los secretos de sus recetas ni a punta de pistola. Corre por ahí una cierta compañía de refrescos con burbujas que, de hecho, considera su principal patrimonio el ‘código fuente’ de una de sus bebidas. Y puede que sean malvados, pero a casi nadie se le ocurriría decir que lo son por no divulgar sus recetas…

    Además, la existencia de este tipo de empresas y establecimientos no atenta contra ese vital recetario libre y universal. Si hasta hay una OpenCola… Y, curiosamente, que exista un modelo de negocio basado en las recetas de código propietario y cerrado tampoco impide que el negocio alrededor de las recetas abiertas y/o libres sea boyante, incluso en tiempos de crisis. Enciéndase la tele un día de diario hacia el mediodía y podrán presenciar el trabajo de diversos ‘gurús de la receta libre’ que publican con total alegría [parte de] su propiedad intelectual y se ganan muy bien la vida con ello. Me han comentado, además, que hasta en las librerías se pueden comprar cientos de libros que publican el ‘código’ de infinidad de recetas. Muchos restaurantes viven de la explotación del ‘recetario libre’ porque disponer de la receta y convertirla en un plato no son la misma cosa: aún teniendo la receta usada por el restaurante en casa existen múltiples razones para pagar por que te la ‘ejecuten’: ahorro de tiempo y esfuerzo, que la ejecución del cocinero del restaurante es mejor que la nuestra… Existen estimaciones, de hecho, que dicen que el negocio alrededor del recetario abierto/libre es mucho mayor que el que se ha formado alrededor del modelo cerrado/propietario: parece ser que las industrias de las materias primas y los utensilios sacan mucho más del que cocina recetas abiertas y libres en casa que de los restaurantes cerrados. Hasta existen modelos mixtos: instituciones que obtienen beneficios de su ‘recetario cerrado’ y que también lo hacen de la ‘liberación’ de recetas… Finalmente, sin que nadie se rasgue las vestiduras, son multitud los que toman una receta abierta, la modifican para mejorarla… ¡y no publican el resultado!

    Impresionante, ¿no?

    Existen diversos factores que contribuyen al buen funcionamiento de la cosa:

    • Ni el recetario libre/abierto ni el cerrado/propietario están en peligro. Nada indica que vaya a dejar de hacer restaurantes ‘propietarios’ a medio plazo. Mientras tanto, el ‘recetario libre’ goza de indudable salud (comparativamente mejor en tiempos de crisis). Y tampoco tenemos monopolios. La oferta de establecimientos de cualquier tipo de comida es, casi intrínsecamente, no-monopolizable. Incluso si hablamos de comida rápida —que en ubicuidad sería comparable a sistemas operativos y suites de ofimática— el abanico de opciones cerradas/propietarias/abiertas/libres es mareante… Desafortunadamente, que esto sea así en el caso del software es, desde luego, más que discutible: aún sin hablar de programar, prefiero no saber qué porcentaje de la ‘comunidad informatizada’ podría sobrevivir sin el binomio cerrado y propietario de Windows más Microsoft Office. Parece que el ecosistema está ganando en diversidad con la cuota de mercado creciente de otras soluciones, tanto cerradas/propietarias (léase Apple) como abiertas/libres, aún siendo (¿todavía?) brutalmente minoritarias.
    • Hay múltiples garantías de calidad. A pesar del ocasional brote de legionela, podemos confiar en las recetas, tanto si tenemos acceso a ellas como si no. Cuando vamos a comer a un restaurante, independientemente del tipo de recetario que use este, existen mecanismos para asegurar la calidad y fiabilidad, tanto formales y «oficiales» (inspecciones de sanidad), como motores de recomendación ‘sociales’ o «tradicionales» (los tradicionales serían, por ejemplo, las críticas de los medios de comunicación, y van con doble comilla porque qué puede ser más tradicional que las recomendaciones sociales, en este caso) y ‘reglas de sentido común’ más o menos universalizadas (si el establecimiento está sucio, no entramos; si un restaurante está lleno y el de al lado vacío, querrá decir algo). De nuevo, cosas que pasan mucho menos en el mundo del software: ¿quién garantiza la calidad del software? La espantosa (aunque comprensible) y casi universal falta de cultura y educación informática impide a la inmensa mayoría elegir con un mínimo criterio entre dos o más alternativas. Es para echarse a llorar que muy probablemente haya más gente capacitada para elegir entre el Porsche y el Ferrari que nunca se podrán permitir que entre Microsoft Office y OpenOffice.org. Lo que nos lleva a recordar que…
    • Todo el mundo tiene una cierta idea de cocinar. Si hasta yo sé calentar pasta, oiga :-P. Todos sabemos interpretar el código de una receta, ejecutarlo e, incluso, adaptarlo a nuestras necesidades si falta un ingrediente o somos siete a cenar, y no cuatro. Hasta me atrevo a aventurar que son mayoría los que saben implementar sus mejoras a una receta, aún con las notables variaciones en aptitudes y formación para hacerlo (redistribuyan o no posteriormente esas mejoras). De nuevo, algo que no pasa con el código. Ni siquiera con la informática en general, como comentábamos antes.

    Y todo esto me lleva a pensar que además de fomentar el desarrollo y uso de software de código libre y/o abierto, existen otras medidas tan o más importantes, a las que sería conveniente dedicar más esfuerzos que a la satanización del modelo cerrado:

    • Luchar contra los monopolios. Aún limitándonos al software cerrado/propietario, no es sano que una solución tenga una cuota de mercado del 90%. Y soy de los que opina que debería hacerse todo lo posible, además, para que en cualquier campo de aplicación lo suficientemente amplio exista una opción libre/abierta. Si para ello deben usarse fondos públicos, adelante.
    • Asegurar la calidad. Tantas cosas dependen del software… Una hoja de cálculo decide cuánto pagaré de hipoteca. Un par de líneas erróneas en el código de un alcoholímetro pueden resultar en una multa injusta o dar con los huesos de alguien en la cárcel (o dejar que siga circulando quien no debería). Un cambio de unidades mal hecho estrelló una sonda espacial contra Marte. Un signo cambiado en un programa de cálculo de estructuras puede matar. Un generador de números aleatorios mal ejecutado supone un problema para la seguridad de los que navegamos por la red, por no hablar del sistema financiero mundial. Ni el software abierto ni el cerrado están libres de pecado y tampoco hace falta ser alarmistas (de momento las cosas no nos van tan mal), pero hay que asegurar la calidad del software. Y eso implica procesos certificables en el desarrollo de software y, muy probablemente, en el caso del software cerrado, al menos la disponibilidad, limitada pero universal, del código fuente de prácticamente cualquier aplicación. El uso de estándares bien documentados es también uno de los hitos del camino de la calidad del software.
    • Fomentar la cultura informática. ¿Hace falta que todo el mundo sepa programar de manera competente? Probablemente ni tan solo sea una meta alcanzable (cuando ningún sistema educativo garantiza, ni siquiera, que todos seamos capaces de jugar al fútbol de manera competente :P). Pero quizá sí deberíamos saber todos qué es un algoritmo y ser conscientes de la complejidad de desarrollar software. Y me parece de cajón que unas ciertas competencias informáticas/ofimáticas son imprescindibles para casi todos. Añadamos, además, que no podemos hablar de cultura informática si nos limitamos a una única solución. Sea del tipo que sea: claman muchas voces contra un sistema educativo dependiente de las soluciones cerradas de Microsoft, pero haríamos un flaco favor a aquellos a quienes enseñamos si nos limitáramos a las soluciones de Apple o erradicáramos el software propietario del currículo, si este es competitivo y la solución imperante en el mundo laboral. Por poner un ejemplo no canónico: ¿qué escuela de diseño se atrevería a trabajar solo con Inkscape y obviar la existencia de Illustrator? Y como con todo, educar en diversidad es muy difícil e implica sacrificios: el tiempo es finito y si no enseñamos una suite ofimática, sino dos, restamos del tiempo que podríamos/deberíamos dedicar a otros apartados del currículo…

    Pues eso. Otro día más ;-).

  • El mensaje de Mark Cuban a la MPAA

    Hace unos días nos hacíamos eco de el enfado de Cory Doctorow con las propuestas para la «protección de la propiedad intelectual» que se están lanzando por ahí… Una de las cosas que decía es que es un hecho que la piratería existe y va a seguir existiendo, a pesar de todas las medidas tecnológicas y legislativas que se tomen para impedirlo. A Doctorow, «copyfighter» reconocido, igual hay que asignarle un innegable partidismo. Difícilmente nadie le colgará esa etiqueta de «copyfighter» a Mark Cuban, un tipo con una fotuna valorada en 2,800 millones de dólares y que posee, entre otras cosas, una productora de cine y un canal de televisión de alta definición. Y sin embargo, en una de las últimas entradas de su blog se permite decir:

    Tengo más de mil millones de dólares invertidos en la industria del entretenimiento. Veo nuestro contenido distribuido ilegalmente en línea. Tengo un informe diario de todos los torrentes y otros ficheros disponibles en línea. ¿Sabéis qué es lo que pienso sobre ello? Y qué. Eso es lo que pienso. Son daños colaterales. A diferencia de la música, hace falta tiempo para subir y descargar películas. La gente con más tiempo que dinero roba contenidos. Pero es que tampoco iban a pagar por ellos. La gente con conciencia paga por el contenido. Afortunadamente eso es la mayoría de la gente.

    Dejando de lado lo agresivo del discurso (que lo es, y mucho), el mensaje de Cuban a la MPAA es

    Por favor, por favor, por favor, ¿podríais usar el dinero que vais a gastar en impedir lo inevitable en promocionar lo divertido que es ir al cine? Más gente que va al cine es más gente emocionada por el cine. Más gente emocionada por el cine es más gente que ve películas en la tele, y eso es bueno para los ingresos, y más gente comprando DVDs o descargas legales de las películas. De nuevo, bueno para los ingresos.

    O sea que, la próxima vez que vaya al cine, en vez del infumable anuncio contra la piratería (teniendo en cuenta que si me quiero bajar una película me la voy a bajar igual y que, además, acabo de pagar 7 euros por la entrada), ¿por qué no me ponéis un tráiler más?

  • Cory Doctorow on Copyright

    Muy interesante la pataleta (plenamente justificada) de Cory Doctorow hoy en The Guardian por los mecanismos que parece que pretenden imponer varios gobiernos, que pretenden que los proveedores de acceso a internet espíen a sus usuarios y les corten el acceso a la red si se les ocurre usar sistemas P2P… Me permito traducir libremente un trozo, referente a la poca inteligencia con que actúan las discográficas frente a un problema que debería sonarles:

    […] Es históricamente inevitable: siempre que la tecnología hace imposible controlar un tipo de uso de propiedad intelectual [copyright en el original] hemos resuelto el problema creando licencias sábana.

    La propia industria discográfica fue la primera en beneficiarse de este sistema: cuando los editores de partituras de Estados Unidos demandaron a las discográficas por vender grabaciones de sus composiciones, se les dio una solución simple: se permite a todo el mundo grabar esa música, siempre que se pague una tarifa preestablecida. Nadie tiene que pagar 500 dólares la hora a un abogado para negociar si la pista de este álbum te costará 5 o 10 céntimos por disco. Y cuando las discográficas se opusieron a que las emisoras de radio emitiesen sus discos sin compensación ni permiso, la respuesta fue una licencia sábana para los discos emitidos. Es la respuesta comprobada y cierta al problema de las tecnologías que desbaratan el sistema del copyright:

    • reconocer que va a a pasar,
    • encontrar un punto en que cobrar peaje,
    • aplicar una tarifa lo suficientemente baja como para que pague la mayoría,
    • ignorar a los que se saltan el peaje a pequeña escala y
    • demandar a los que se saltan el peaje a gran escala hasta acabar con ellos.

    Esa es la respuesta que maximiza el valor de los accionistas y que verdaderamente lleva dinero a los artistas y a las discográficas. Convierte a una mayoría de usuarios del P2P en participantes activos de una transacción en vez de convertir a todo el mundo en «fueras de la ley» con nada que perder y sin ninguna razón para acudir a la negociación más que el medio de represalias legales (un miedo notoriamente inefectivo para moderar el comportamiento infantil).

    Amén. Y no dejen de leer el resto del artículo, por favor.

    (Permito recalcar lo de una tarifa lo suficientemente baja del tercer punto del plan: lo que se está exigiendo a las radios que emiten por la red es un impuesto revolucionario que, lejos de alimentar las arcas de músicos e industria, puede acabar matando una gallina de los huevos de oro antes incluso de que alcance la madurez.)

  • Viacom vs YouTube, un poco de cordura

    Menos mal. Parece que se impone un poco de cordura. Los que estén al tanto de estas cosas recordarán que hace un par de semanas Viacom convenció a un juez para que obligase a YouTube a entregarles, entre otras bagatelas, todos sus registros de servidores. Sí, sí, oiga, unos pocos terabytes de información con, entre otras cosillas, las IPs de todo aquel que hubiese accedido en algún momento a un vídeo albergado en YouTube. Y si tiene usted un usuario registrado, pues una lista con cada vídeo que haya visto usted. Sí, en serio. Viva la privacidad.

    El objetivo declarado de Viacom era analizar esos registros (y el resto de datos) para ver si, como ellos opinan, el éxito inicial de YouTube se basó en el contenido «ilícito». ¿Que para qué necesitan las IPs de los usuarios o lo que ha visto cada usuario registrado para tal fin? Pues yo también me lo pregunto. Afortunadamente, se ha impuesto un poco de cordura y Google y Viacom han acordado que los datos que cambiarán de manos serán previamente «anonimizados».

    Que nos alegremos de algo que debería ser natural, ciertamente, no es buena señal. Vía.