La controversia del Do Not Track

Ese tuit, de hace unos días, de Miquel Peguera (por poco que os interese el tema del derecho e internet, no dejéis de seguirle en Twitter ni de leer su blog, Responsabilidad en Internet: se trata de uno de los pocos especialistas del campo que se esfuerzan por resultar comprensibles conservando el rigor y sin caer en la demagogia), es una recomendación de las que conviene no ignorar… Como de costumbre, lo mejor es seguir el enlace y leer con atención pero, por si acaso, ahí va mi resumen y mi opinión al respecto.

The Sabotage of Do Not Track es un texto del profesor de la New York Law School James Grimmelmann (que hace unos meses publicó en Ars Technica el imprescindible artículo Death of a data haven: cypherpunks, WikiLeaks, and the world’s smallest nation). En él se hace eco de la controversia surgida últimamente alrededor de la iniciativa ‘do not track’.

En los últimos años ha ido surgiendo una inquietud (bastante razonable, en general) por los datos que se recogen de nosotros cuando navegamos por la red un buen montón de compañías (casi todas dedicadas, de una u otra forma, a la publicidad) y el uso que posteriormente hacen de ellos.

Captura de pantalla que ilustra la gran cantidad de sitios que envían datos nuestros a empresas como Google o Facebook
Basta instalar una herramienta como Collusion para comprobar que los grandes de internet conocen un puen pedazo de nuestro recorrido por la web (también para darse cuenta de que no lo saben todo, desde luego)

Una de las propuestas surgidas para proteger al público de los malos usos de esa recogida de datos es Do Not Track, que haría que los navegadores enviasen (si se desea) una señal universal «no me monitorices» a las empresas dedicadas a este seguimiento. Hacer caso o no de esa señal es, de momento, tan solo una cuestión de buena etiqueta por parte de esas empresas, pero los Estados Unidos ya están trabajando en que, como mínimo, decir que cumples con ‘do not track’ y no hacerlo represente una mala práctica comercial y, con un poco de suerte, tanto los Estados Unidos como la Unión Europea seguirán trabajando en esa línea.

De momento Firefox, Internet Explorer y Safari han comenzado a implementar ‘do not track’ (en donottrack.us encontraréis cómo activarlo en cada navegador) y, poco a poco, algunos grandes recopiladores de datos se van apuntando a hacer caso (en ese curioso equilibrio eterno de la industria publicitaria, de regularse un poco motu proprio para evitar una regulación seguramente más rigurosa por parte de «la autoridad competente»).

El problema ha saltado con el anuncio, por parte de Microsoft, de que pretende dejar activado por defecto «do not track» en el inminente Internet Explorer 10 (nótese que no han sido ni Mozilla —no podemos obviar su relación con Google, aunque no creo que eso sea un factor— ni Opera ni Apple los que han dado ese paso, sino los de Redmond, que andan un poco a la greña con un par de empresas que sacan un buen provecho de esos seguimientos: Google y Facebook). Y ahí se ha armado. Porque, desde luego, una cosa es que un usuario más o menos sofisticado active «do not track» en el navegador (al fin y al cabo ese usuario muy probablemente no sea, de salida, el más rentable para las empresas de publicidad) pero otra muy diferente es que todo hijo de vecino que se compre una tableta con Windows 8, por poner un caso, tenga el dichoso ‘do not track’ activado de salida… Y no han tardado en dejarse oir las voces de grandes jugadores de la industria (Grimmelman recoge las de Google y también las de Yahoo! y Adobe, dos compañías que también se nutren de la tarta económica de la publicidad) que argumentan que si ‘do not track’ está activado por defecto en Explorer, «no pueden» saber si esa es una decisión informada del usuario y que, por tanto, no se sentirían obligados a hacer caso a la petición.

El asunto, desde luego, es complejo. Microsoft ha enarbolado la bandera de la defensa de los derechos del consumidor. Y eso es encomiable. Pero uno no puede evitar pensar que el interés que tiene en hacerlo va «un poco» más allá del altruismo puro. Los anunciantes, por su lado, obviamente barren para casa (¿quién no lo haría?) descaradamente, pero algunos de sus argumentos tienen su ‘aquel’: una decisión tomada por un fabricante no es una decisión tomada por el usuario (naturalmente, el acuerdo tácito del usuario de dejarse monitorizar es tanto o más discutible). Y puestos a ver publicidad, prefiero que sea de algo que me interesa… Personalmente opino que una iniciativa como ‘do not track’ merece sobrevivir y que, a la larga, las regulaciones del mercado provenientes del legislador iban a ser más duras (o al menos quiero creerlo) y que más vale que las partes envainen sus espadas y se sienten a negociar. Pero, para saber qué pasará, la única solución que queda es esperar y permanecer atentos…