Nota: Esto es una traducción de la entrada The real cost of free, escrita ayer por Cory Doctorow (en Google, y si queréis más, la entrevista que tuve el gusto de hacerle para Mosaic hace ya bastante tiempo) en el blog the tecnología del diario británico The Guardian. A pesar de que el artículo está protegido con un fantástico copyright, algo me dice que no me demandarán por esto… No suscribo todo lo que dice, pero su lectura merece sobradamente el esfuerzo de la traducción. Traducción, por otro lado, bienintencionada pero, seguro, imperfecta: se recomienda saltar al original y se acepta todo tipo de correcciones.
La semana pasada mi co-columnista del Guardian Helienne Lindvall pubicó una pieza titulada The cost of free, en la que calificaba de «irónico» que «defensores del contenido en línea gratuito» (incluyéndome a mí) «cobren elevados precios por hablar en eventos».
Lindvall dice que habló con alguien que había contactado con una agencia con la que yo había trabajado y le dieron precios de entre diez y veinte mil dólares por hablar en una universidad y de veinticinco mil dólares por hablar en una conferencia. Lindvall procede a hablar de lo que cobran otros oradores, entre ellos el editor de Wired Chris Anderson, autor de un libro llamado «Free» (del que hice una crítica aquí en 2009), el cofundador de Pirate Bay Peter Sunde y el experto en marketing Seth Godin. En la opinión de Lindvall, todos somos parte de una única ideología que exhorta a los artistas a regalar nuestro trabajo, pero no practicamos lo que predicamos porque cobramos tanto por nuestro tiempo.
Es desafortunado que Lindvall no se tomase la molestia de comprobar sus hechos. Hace años que no me representa la agencia que referencia y, en cualquier caso nadie me ha pagado nunca veinticinco mil dólares por aparecer en ningún evento. De hecho, la inmensa mayoría de conferencias que doy son gratis (véase aquí una lista de las charlas de los últimos seis meses y lo que cobré por ellas — de unas 95 charlas que he dado en los últimos seis meses, sólo cobré por seis de ellas, y la de mayor precio fue por trescientas libras). Es más, no uso agencias para la mayoría de mis reservas (en su mayoría me encargo yo mismo — sólo he tenido una reserva a través de agencia en los dos últimos años). No estoy seguro de quién es el desafortunado organizador de conferencia con quien habló Lindvall — Lindvall no ha identificado a su fuente — pero me sorprende muchísimo que fuese capaz de localizar la vieja agencia, puesto que no parece entre los primeros 400 resultados en Google para «Cory Doctorow».
Es cierto que mi respuesta por defecto para conferencias con ánimo de lucro y eventos de empresa es pedir quince mil dólares, sobre la base de que casi nadie pagará tanto, o sea que me quedo en casa con mi familia y mi trabajo; pero si alguien lo hace, estaría loco si lo rechazase. Aún así, viajo más de lo que me gustaría, y habitualmente lo hago perdiendo dinero.
¿Por qué lo hago? Bien, eso es en lo que Lindvall se equivocó de verdad.
De hecho, el verdadero error de Lindvall fue decir que les digo a los artistas que regalen su trabajo. No lo hago.
El tema por el que abandono mi despacho y a mi familia para hablar a gente de todo el mundo es el de los riesgos para la libertad resultantes del fracaso de los gigantes del copyright en adaptarse a un mundo en el que es imposible evitar la copia. A pesar de quince largos años de guerras del copyright, a pesar de leyes draconianas y multas salvajes, a pesar de tratados secretos y de una censura muy extendida, a pesar de millones gastados en herramientas anti-copia poco atinadas, hoy se copia más que nunca.
Como ya he escrito anteriormente, copiar no se va a volver más complicado, nunca. Los discos duros no van a engordar mágicamente, contener menos bits y costar más.
Las redes no se volverán más difíciles de usar. La gente no dejará de aprender a teclear «Toy Story 3 bittorrent» en Google. El que afirme lo contrario está vendiendo algo — habitualmente algún tipo de guisantes mágicos anti-copia inservibles que, juran, esta vez, sí van a funcionar.
O sea que, asumiendo que los titulares de copyrights jamás serán capaces de impedir, ni siquiera frenar, la copia, ¿qué hay que hacer?
Para mí, la respuesta es simple: si regalo mis libros bajo una licencia Creative Commons que permita a los usuarios compartirlos sin fines comerciales, atraeré a lectores que compran ejemplares en papel. A mí me ha funcionado — he tenido dos libros en la lista de bestsellers del New York Times los dos últimos años.
¿Qué deberían hacer otros artistas? La verdad es que no me preocupa. La triste realidad es que casi todo lo que casi todos los artsitas intentan hacer para ganar dinero fracasa. Esto, naturalmente, no tiene nada que ver con internet. Considérese esta notable afirmación del abogado de Alanis Morissette en la Future of Music Conference: el 97% de los artistas que habían firmado con una discográfica grande antes de Napster ganaron menos de seiscientos dólares al año con ello. Y estos son los afortunados ganadores de la primitiva, la minúscula fracción de porcentaje que llegaron a tener un contrato. Casi ninguno de los artistas que se lanzan a ganarse la vida con el arte lo logrará (a mí me hicieron falta 19 años poder abandonar mi trabajo ‘de día’), regalen on no su trabajo, firmen o no con una discográfica o lo distribuyan a cada buzón del centro de Londres.
Si eres artista y estás interesado en intentar regalar cosas para vender más, tengo un consejo para ti, como escribí aquí — creo que hará ningún daño y que podría ayudar, especialmente si tieneas alguna otra forma, como una discográfica o editorial, de hacer que la gente se interese por tus cosas en primer lugar.
Pero me da igual si quieres intentar impedir que la gente copie tu obra a través de la red, o si pretendes construir un negocio sobre esa idea. Quiero decir, a mí me suena poco inteligente, pero me han sorprendido antes.
Pero esto es lo que sí me importa. Me importa si tu plan implica usar tecnologías «digital rights management» que impiden a la gente abrir y mejorar lo que es de su propiedad; si tu plan implica que los servicios en línea censuren lo que suben sus usuarios; si tu plan implica desconectar a familias enteras de internet porque se las acusa de infringir el copyright; si tu plan implica una vigilancia masiva de internet para atrapar a los que infringen el copyright, si el plan requiere de legislación extraordinariamente compleja metida por un embudo en el parlamento sin debate democrático; si tu plan me impide mantener como privados vídeos de mi vida personal porque de otra forma no podrías atrapar a los que infringen, sin espiar cada vídeo.
Y este es el plan que persiguen las industrias del entretenimiento en su intento condenado al fracaso de impedir la copia. La industria discográfica estadounidense ha demandado a cuarenta mil personas. La BBC ha recibido la apobación de Ofcom para usas nuestras tasas obligatorias (NdT: habla de la situación en Reino Unido) para bloquear sus emisiones con DRM para que no podamos juguetear o mejorar nuestros propios televisores y grabadoras (y por si pensáis que esto es una minucia, considerad como toda la web fue creada por amateurs jugueteando con los sistemas que les rodeaban). Lo que es más: Apple, Audible, Sony y otros han creado diversos canales de distribución con requisitos de DRM obligatorio de forma que los titulares del copyright no pueden elegir poner sus obras a disposición del público en términos razonables.
En Francia acaba de entrar en vigor la regla de los «tres avisos» HADOPI; están enviando diez mil amenazas legales a la semana y han prometido ciento cincuenta mil a la semana en breve. Después de tres acusaciones de infracción sin pruebas, toda tu familia queda desconectada de internet — del trabajo, la educación, el compromiso social, familiares lejanos, información sobre salud, la comunidad. Y desde luego, en breve tendremos por aquí el mismo régimen, gracias a la Digital Economy Act, aprobada de cualquier forma en los últimos días de sesiones en el parlamento, sin verdadero debate, a pesar de miles y miles de británicos que pidieron a sus legisladores que como mínimo discutieran sobre esa legislación extraordinariamente técnica amtes de convertirla en ley.
Viacom es sólo uno de los muchos gigantes del entretenimiento que demanda a compañías como Google por permitir a gente corriente subir contenido a internet sin revisar antes su estatus sobre el copyright. No importa que cada minuto se suban 29 horas de vídeo a YouTube, que no haya suficientes abogados en el mundo para hacer dicha revisión, y que limitar los vídeos (cobrando a los que los suben por su revisión legal, por ejemplo) dejaría a prácticamente a todo aquel que encuentra en YouTube la oportunidad de expresión creativa y personal sin negocio.
Es igual que si ese principio se convierte en ley, acabaría con todos los foros, con Twitter, con todo servicio de redes sociales, los blogs y las listas de distribución por correo en un segundo. Eso ya es bastante malo, pero además de ello, Viacom ha pedido a los tribunales que ordenen a Google que haga público todo el contenido subido por sus usuarios para que Viacom pueda comprobar que no infringe el copyright — pensando que su necesidad de mirar mis vídeos es mayor que mi necesidad de, pongamos por caso, marcar un vídeo de mi hija de dos años en el baño como privado y sólo visible por mí y sus abuelos.
Mientras tanto, las industrias del entretenimiento siguen su impulso global a una serie de ‘firewalls’ nacionales al estilo chino (en el Reino Unido, el ex-ejecutivo de BPI Richard Mollet se jactó de hacer que insertasen esta legislación en la Digital Economy Act).
Es un punto de vista que millonarias estrellas del rock como Bono, de U2, apoyan de corazón — las pasadas navidades escribió una pieza de opinión en el New York Times pidiendo censura china en todo el planeta. Y este mismo mes representantes de la MPAA explicaron a los gobiernos del mundo que adoptar régimenes de censura de internet para el copyright también les ayudarían a bloquear información embarazosa para ellos, como la de Wikileaks.
La MPAA se dirigía a una reunión a favor del Anti-Counterfeiting Trade Agreement, un tratado secreto que está negociando a espaldas de la ONU, a puerta cerrada, y que incluye propuestas para registrar iPods, teléfonos y discos duros en las fronteras del mundo a la búsqueda de infracciones.
O sea que vale, si quieres intentar controlar las copias individuales de tu obra en internet, adelante, inténtalo. Creo que es un trabajo inútil, y también lo piensan prácticamente todos los expertos técnicos del mundo, pero… qué sabremos nosotros.
Pero mientras el plan implique insertar controles, vigilancia y censura en el mismo tejido de la infraestructura de la sociedad de la información, seguiré de gira mundial, gratis, gastándome hasta mi último penique, hasta mi último gramo de energía, para combatirte.
Helienne, no puedo culparte por no leer mis columnas en el Guardian; al fin y al cabo, nunca he leído las tuyas. Y aunque sí te culpo de no corregir lo que dijiste, no pediré al editor del lector del Guardian que intervenga ni haré ruiditos tontos de quiropráctico sobre el libelo. Soy un libertario civil, y tengo integridad, y creo que la respuesta a la mala expresión es más expresión, y de ahí esta columna.
Pero, de verdad, deberías familiarizarte con las ideologías de la gente a la que condenas antes de hacerlos pedazos. No estoy de acuerdo con todo lo que dice Chris Anderson, pero apenas le dice a la gente que regale sus cosas: básicamente, Chris habla de cómo diferentes estructuras de precios, artículos que pierden dinero y técnicas de venta, pueden usarse para aumentar los beneficios de creadores, fabricantes, editores e inventores, y citas estudios de caso que gente que han hecho que esto les funcione.
No tengo ni idea de qué hace Seth Godin en tu lista de objetivos: Seth es un consultor de marketing. Las tres últimas veces en que le he oído hablar, lo hacía sobre como mejorar las comunicaciones de empresa y la identidad de marca — ese tipo de cosas. Cierto, parece que cobra un montón de dinero por sus consejos, pero ese es, en realidad, el mundo del marketing. Si lo que quieres decir es que los creativos merecen ser pagados, probablemente estés completamente a favor de que Seth cobre lo que el mercado esté dispuesto a pagar.
Después, Peter Sunde es un caso interesante. Realmente algo parecido a la copia sin ninguna restricción. Pero como tú misma apuntas, es una creencia por la que está dispuesto por ir a la cama, algo que se suele considerar el estándar oro de la sinceridad (el único estándar más elevado que conozco es estar dispuesto a morir por tus creencias — deberías preguntarle a Peter cuál es su opinión al respecto). Si lo que pretendes decir que Peter sólo va de farol en cuanto a su política, ¿cómo explicas su disposición a ir la cárcel por ella? Además: teniendo en cuenta que la última startup de Peter, Flattr, existe con el único objetivo de facilitar que el público pague a los artistas, creo que podrías reconsiderar su legar en tu desfile de villanía.
Entiendo perfectamente bien lo que dices en tu columna: la gente que regala parte de su producción para ganarse la vida es la excepción. La mayoría de artistas fracasará en ello. Es más, su sucio secreto son sus tasas por aparición exorbitantes — en realidad no se ganan la vida creativamente para nada. Pero los autores han estado siempre en el circuito de conferencias — Dickens solía embolsarse cien mil dólares por sus giras de conferencias por los Estados Unidos, una cifra estremecedora, en la época. Esto no es nuevo — los autores tienen mucho que decir, y muchos de nosotros somos extrovertidos secretamente, y disfrutamos bastante de la oportunidad de alejarnos de la mesa de trabajo para hablar de las cosas que nos apasionan.
Pero crees que todos los que dan bombo a su éxito regalando parte de su trabajo venden falsa esperanza. Puede haber gente que lo haga, pero desde luego no soy yo. Como he dicho a todos mis estudiantes de la clase de escritura, contar con ganarse la vida con ese trabajo, sin importar cómo lo promociones o distribuyas, es una mala idea. Todos los artistas deberían tener un plan en que refugiarse para alimentarse a sí mismos y a la familia. Esto no tiene nada que ver con internet — lleva siendo cierto desde los tiempos de las pinturas en las cavernas.
¿Sabes quién vende falsa esperanza a ilusos artistas en potencia? La gente que va dando a pensar que si no fuera por todos estos piratas de internet, habría ocupación plena para todos nosotros, los creativos. Que la razón por la que los artistas ganan tan poco es porque no podemos fiarnos del público, que una vez que resolvamos esta dichosa cosa de internet, mañana habrá negocio para todos. Si quieres culpar a alguien por venderle la moto a los creativos, persigue a los fabricantes de DRM con sus ridículas afirmaciones sobre ficheros a prueba de copia; persigue a las discográficas que dicen que demandas masivas contra los fans de parte de los artistas (en que las discográficas se embolsan los beneficios) son un buen negocio; persigue a los estudios que plantean demandas para que sea imposible que pongas vídeo independiente en internet son un inmenso presupuesto legal.
Y si quieres encontrar a alguien que apoye a los artistas, busca organizaciones como la Electronic Frontier Foundation, que ha avanzado en la causa de las licencias globales para música, vídeo y otras obras creativas en internet. Como compositora, conocerás estas licencias: como dices, te llevas un 3% cada vez que alguien interpreta una canción tuya en un escenario. Lo que ha pedido la EFF es el mismo trato para la red: dejar que los proveedores de servicios compren licencias globales para sus usuarios, licencias que les permitan compartir toda su música, que van a compartir de todas formas — pero de esta forma, los artistas cobran. Dicho sea de paso, este es un punto vista que también apoya Larry Lessig, al que también señalas como «irónico» en tu pieza.
Ya han pasado quince años desde que comenzasen las audiencias de la US National Information Infrastructure, iniciando las batallas del copyright digital. Y con todo el extraordinario poder que han capturado los gigantes del entretenimiento desde entonces, las patentes de corso y la capacidad de desconectar y censurar y escuchar conversaciones privadas, nada de ello está haciendo que los artistas cobren. Los que dicen que pueden controlar la copia se equivocan y no obtendrán beneficios con esa estrategia. Deberán tener derecho a arruinar sus propias vidas, negocios y carreras, pero no si van a hundir con ellos al resto de la sociedad en el proceso.
Y eso, Helienne, es lo que cuento a la gente en mis conferencias, cobrando o no.
advocate es defensor, no abogado.
Visto y corregido, gracias :-)
Una erratilla: «El tema por el que abando mi despacho» > «abandono»).
Muchas gracias por la traducción. :-)
Corregido. ¡Gracias!
Interesante. Muchas gracias por tu esfuerzo para traducirlo.