Cuando nos tocan las narices, los ponemos a parir. Justo es, por tanto, que cuando una empresa nos trata bien, también lo digamos. Y además, se juntan dos casos en menos de 24 horas.
El primero, ayer, con Amazon. Hace unos días había comprado a través suyo un par de libros, a un par de tiendas que usan su servicio para llegar a más público. Y uno de ellos no llegaba, con el plazo de entrega anunciado más que expirado. O sea que les escribo para preguntar qué debo hacer. La respuesta llegó en tres horas escasas y lo primero que hacía era ofrecer el reembolso del dinero, mientras tramitaban la queja con la tienda. Eso es atención al cliente (en un claro ejemplo de mi campo de Murphy asociado, el paquete llegó un par de horas después de la oferta de Amazon, a los que ya he notificado que no hace falta que me devuelvan el dinero).
El otro, La Caixa (con quienes no tengo cuenta y apenas tratos, cabe decir). Eran ellos los encargados de vender las entradas de los anulados conciertos de los Rolling Stones. Y hoy, cuando pensaba por enésima vez en coger las entradas y llevarlas a una oficina para ver si me devolvían los dineros… me encuentro en el extracto de la tarjeta de crédito que me lo han devuelto ya, de motu propio. Vivir para ver…