La tecnología avanza más deprisa que nuestra capacidad para digerir los cambios que produce. Era cierto en los tiempos de la Revolución Industrial, lo es más ahora con la Revolución Digital…
Prácticamente todo lo que hacemos en la red deja un rastro mucho más profundo e indeleble que el que hubiese dejado fuera de ella. La digitalización convierte en unos y ceros multitud de conversaciones. Antes se las habría llevado el viento. Ahora las almacena Google. Y el Internet Archive y Yahoo! y Facebook y Twitter y… Con todas las ventajas que ello conlleva. Pero también con todos los inconvenientes. Y es que si hace quince años dijimos algo verdaderamente estúpido, probablemente lo recuerde alguno de los presentes en aquel momento. Si ahora cometemos alguna estupidez en línea, difícilmente podremos evitar que lo encuentre cualquiera con ganas, paciencia y un mínimo de habilidad dentro de otros quince. En un mundo en el que cada vez somos más los que tenemos la libertad de tener una prensa propia y disfrutamos de la potencia del altavoz que es la red, también pasa que cada vez más corremos el riesgo de apuntarnos a nosotros mismos con el teleobjetivo de un ‘paparazzo’ y retratarnos para la posteridad.
No querría magnificar el tamaño del problema. Primero, porque creo que no es tan grande, y apenas necesita de un pequeño cambio cultural. Y después porque, si ese cambio no se produce, a nuestra sociedad no le va a quedar más remedio que aprender a tolerar todos esos «deslices» cometidos en la red cuando no nos dimos cuenta que, aunque «en aquel momento pareciese una buena idea», como díría Escolar, la prensa —nuestra propia prensa— estaba allí para registrarlo todo. Una cosa es escribir algo en un diario personal guardado en una caja de zapatos bajo la cama. Otra muy distinta escribir lo mismo en un blog público y anónimo solo mientras no se demuestre lo contrario.
No dejaré de preocuparme, tampoco, cada vez que un conocido hace algo en la red de lo que podría arrepentirse por no ser consciente de la situación. En su blog, en su cuenta de Facebook o Twitter o etiquetando algo en Google Reader o en del.icio.us. Probablemente (espero) les pase a otros cuando yo hago lo propio.
Algunos enlaces que he ido acumulando en las últimas semanas sobre el tema:
- Should There Be A Privacy Line With Life Streaming?, en TechCrunch.
- One Friend Facebook Hasn?t Made Yet: Privacy Rights, en el New York Times.
- El peor enemigo de tu privacidad (en la red), en Quemar las naves.
- The hidden side of linked data, en Sitepoint.
- When Mom or Dad Asks To Be a Facebook ‘Friend’, en el Washington Post.
«lifestreaming»… interesante palabro. Y Twitter su profeta.