Lectura interesante para los interesados en lo que le va a pasar a la música en los próximos años (o meses, o días, que las cosas se mueven muy deprisa). En CNet hablan con Tim Westergren. Esto es, con uno de los fundadores de Pandora, la fantástica emisora de radio a medida que, tristemente, ya hace tiempo que sólo está disponible en Estados Unidos.
Especialmente interesante es el concepto de «músico de clase media». Comenta Westergren cómo con el modelo actual los músicos o se forran (unos pocos, muy muy pocos) o no pueden vivir de las ventas y las actuaciones. Y es que o das la campanada o difícilmente vas a tener acceso a las emisoras de FM o las televisiones que siguen siendo la manera de llegar a la gallina de los huevos de oro. Comenta Westergren que son los medios «poco intermediadores» que permite la red los que deberían facilitar al músico sin acceso a los grandes canales, pero con suficiente talento, la búsqueda de su propio nicho en el mercado, ampliar su radio de acción de manera global y eficiente y obtener, finalmente, la justa recompensa a su esfuerzo y capacidad, pasando del boca-oreja como único medio de promoción a las sugerencias algorítmicas de Pandora y similares, con el consiguiente incremento de diversos órdenes de magnitud en cuanto a eficacia y eficiencia. Nada nuevo, de hecho: acercarse un poco más al modelo «long tail» que ha popularizado Chris Anderson.
¿El problema? Como hemos comentado más de una vez por aquí, la escasez. En este caso ni de música ni de hipotéticos clientes, sino de espectro radiofónico y canales de distribución (los canales prefieren autodenominarse discográficas, pero es un eufemismo cada vez más evidente e innecesario). Internet, como de costumbre, debería ser la encargada de matar al intermediario y racionalizar el proceso. El único problema es que el intermediario (i) no quiere morir y (ii) tiene una enorme reserva económica a su alcance y conoce muy bien las triquiñuelas que permite el sistema, con lo que ofrece una resistencia feroz al cambio. Y el que crea que el debate de los royalties en Estados Unidos y la complicadísima telaraña de legislaciones nacionales y transnacionales de la «protección de los derechos del autor» (otro eufemismo escandaloso) no son lo que son con el propósito de proteger a los guardianes de la puerta (o de los canales, en este caso), debería repasar el tema con atención.