Pocas efemérides hay en internet que se vayan a celebrar tan poco como el vigésimo cumpleaños, que se celebra hoy, de Internet Explorer. Como cuenta la Wikipedia, un dieciséis de agosto, pero de 1995, se lanzaba Internet Explorer, que en aquel momento era básicamente una versión de Mosaic en la que trabajaron seis personas. Estamos hablando de hace tanto tiempo que Explorer no soportaría tablas hasta su versión 1.5, que llegaría seis meses más tarde.
Se trata de un periodo interesante de la historia. De los navegadores que existen hoy, pocos hay más longevos: Opera se había lanzado unos meses antes y la 1.0 de Netscape Navigator data de diciembre del 94.
La de 1995, además, era la versión más odiosa de Microsoft: en 1994 el Departamento de Justicia de los Estados Unidos había lanzado su famosa demanda ‘antitrust’ contra Redmond por sus prácticas anticompetitivas desde 1988. Microsoft estaba dispuesta a comerse el mundo, casi literalmente.
Aun con la ventaja competitiva innegable de venir con el sistema operativo (estamos hablando de cuando un módem de 28800 baudios sonaba a lo último de lo último, y descargarse Navigator no era exactamente una trivialidad), IE no arrasó, precisamente: durante unos [pocos] años Netscape dominó el paisaje web como ninguna otra empresa ha vuelto (ni volverá, esperemos) a hacer. No fue hasta unos tres o cuatro años más tarde que Microsoft decidió echarle músculo de verdad al asunto y espabilar con IE5, que combinó la potencia de los de Redmond al desarrollar software (IE5 y 6 eran mucho mejores que la competencia, por difícil de creer que resulte, y con IE5 llegó una funcionalidad, XMLHttpRequest que, pese a su horrendo nombre, dio pie a la revolución que supondría AJAX, la base de lo que hoy conocemos como aplicaciones web) con la universalidad de su sistema operativo y la incapacidad de Netscape de mantener el código de Navigator para situarse como número uno. IE6 representó, en 2001, por un lado, el mejor navegador de la historia de manera indiscutible y, por el otro, el fin de la guerra de los navegadores: punto, juego, set, partido y campeonato para Microsoft. Game over. Desafortunadamente, lo que vino después era lo que se podía prever: una vez aplastada la competencia, Microsoft se quedó sin ningún incentivo para mejorar su navegador… y así lo hizo. Internet Explorer 7 no llegaría hasta finales de 2006. Cinco años más tarde. En «tiempo internet», varias eras tarde.
Los desarrolladores de la época (y los pocos diseñadores web que había), por mucho que nos guste reescribir la historia, estaban encantadísimos en 2001 con el monopolio: un único navegador para el que desarrollar es lo mejor que te puede pasar… O no. En 2002 de las cenizas de Netscape se fundaba Mozilla y anunciaba la creación de un navegador, muy adecuadamente llamado Phoenix. Phoenix no llegaría hasta un par de años más tarde (recordemos: el código de Navigator era un absoluto desastre), rebautizado como Firefox, que supondría un (re)nacimiento de los estándares web. Firefox, sin prisa pero sin pausa, comenzaría a restar cuota de mercado a Explorer, con la ayuda inestimable de la propia Microsoft y su indolencia infinita (nunca más le darán en Redmond cinco años de margen a un enemigo para renacer de sus cenizas).
Pero Firefox ganaba mercado… fuera de las empresas del Fortune 500. Dentro de esas empresas, el panorama era muy diferente. Si hay algo que les gusta a los departamentos de sistemas de información de las grandes empresas es estandarizar. Básicamente, todos los PCs de todas las grandes empresas tenían Internet Explorer 6 instalado. Y ningún otro navegador. Los desarrolladores de las intranets de todas esas empresas, dado el panorama, optaron por no «desarrollar web» sino «desarrollar para IE6». Una decisión perfectamente comprensible, razonable incluso… y absolutamente catastrófica. Las peculiaridades de IE6 interpretando los estándares (conviene recordar: comparado con Navigator, IE6 era la octava maravilla) estaban lejos de contemplarse con el odio que se ganarían (con absolutamente merecimiento) unos años más tarde: en ausencia de otro navegador al que dar soporte, diseñadores y desarrolladores fueron acostumbrándose a ellas y construyendo toda una serie de trucos, como el maquetado con tablas, que hoy nos escandalizan pero que en aquel momento no parecían mala idea. Como sabe todo el mundo que haya trabajado en una empresa de un cierto tamaño, las intranets fueron desarrollando parche sobre parche sobre parche en una pesadilla imposible de mantener.
Para cuando Firefox adquirió madurez y los usuarios comenzaron a reclamarlo, la tarea de adaptar las webs del mundo a los estándares resultó ardua, pero valió la pena. Excepto en el reducto de la Galia conocido como las intranets de las grandes empresas, cuyos departamentos de sistemas de información decidieron que era más fácil obligar a sus trabajadores a acceder a la intranet con IE6 que intentar desfacer el monumental entuerto. IE6 para la intranet, un navegador moderno para el resto de la web (o para la web, quizá debería decir mejor: las intranets no eran «web», sino «cosas en HTML para IE6»), aquí paz y después gloria. O no.
Porque Microsoft se había dormido mucho con el tema de los navegadores, pero en algún momento tenía que darse cuenta de que había que espabilar. Y tarde, pero lo hizo. En 2006 llegaría IE7, IE8 en 2009 y para 2011 teníamos IE9 (el coloso Microsoft estaba acostumbrado a los ciclos de desarrollo de Windows, Office y sus herramientas de desarrollo: lanzar una versión del navegador cada dos años era, a sus ojos, recuperar la velocidad de crucero). Pero el ritmo glacial de Microsoft resultaba excesivamente frenético para —sí, lo habéis adivinado— los departamentos de sistemas de información. Microsoft era casi omnipotente, pero no podía arriesgarse a cortarse el grifo de los ingresos de las actualizaciones de todos los Windows de todos los PCs de todas las empresas del Fortune 500 con intranets que dependían vitalmente de todos los bugs de IE6. Nadie habría sido más feliz exterminando esos bugs de manera lenta pero segura que el equipo de desarrollo de IE. Pero Microsoft no podía permitirse ese «lujo». IE7, 8, 9… todos se vieron obligados a reproducir, contra su propia voluntad, los errores de IE6. Y, de rebote, mientras la cuota de mercado de Explorer bajaba de forma inexorable pero lenta, a los diseñadores y desarrolladores web del mundo no les quedaba otra que someterse a los deseos de los galos irreductibles de las intranets, porque Internet Explorer seguía conservando suficiente presencia como para que ignorarlo fuese un riesgo inasumible. Bienvenidos al «maravilloso» mundo del diseño y desarrollo web.
Hoy, casi una década después del lanzamiento de IE7, parece que finalmente el panorama ha cambiado. Lo que quizá haya contribuido más a ello es que los CEOs del Fortune 500 hace tiempo que tienen iPads con los que quieren acceder a sus intranets. Los CIOs del Fortune 500 pudieron más que Microsoft, pero todo el mundo sabe que el CEO puede más que el CIO. Aún quedan cosas en las intranets que dependen de IE6 (o de lo que queda de IE6 dentro de IE8, 9, 10 e incluso 11), pero cada vez son menos y todo ese código web infecto parece definitivamente herido de muerte. Los esfuerzos de Microsoft por conseguirlo (si hay algo peor que desarrollar para IE6 y sus herederos tiene que ser mantener el código de IE6 en sus herederos) se han redoblado en los últimos tres o cuatro años y el navegador por defecto del sistema operativo por defecto de Microsoft ya no se llama Internet Explorer, sino Edge… En el blog de desarrolladores de Edge contaban con alegría en mayo cómo le habían extirpado a Edge más de doscientas veinte mil líneas de código al separarlo de Explorer. Por la borda se habían ido el soporte para ActiveX, los «Browser Helper Objects», VBScript, los filtros y transiciones en DirectX… Todas ellas características que fueron útiles —revolucionarias, incluso— en su momento… y que se volvieron después zombies que, en algunos casos más de una década después de su creación, siguen pululando por ahí…
Repito: doscientas veinte mil líneas de código. La magnitud de la cosa es de difícil descripción. Aún suponiendo que fueran 220,000 líneas seguidas, eso son, para los que alguna vez habéis visto papel de impresora de agujas, más de tres mil hojas de papel de 381 por 279 milímetros (el más ancho que hayáis visto los que lo recordéis). Alucinante.
2015. Y parece que vemos la luz al final del túnel. Pero no nos engañemos: seguimos en el túnel. Y es que IE y su código zombi siguen rondando. Incluso en Windows 10, lo último y «más mejor» de Microsoft, sigue ahí, en el cadalso del desarrollo web: el navegador por defecto de Windows 10 es Edge pero, sin mucho esfuerzo, uno puede resucitar el fantasma y arrancar Internet Explorer 11 para «disfrutar» de esas doscientas veinte mil líneas de código y todas esas funcionalidades zombi.
En fin. Y en cualquier caso. Felicidades, Internet Explorer: no se cumplen veinte años todos los días. No hay tantas marcas en el mundo de la informática que puedan decir que han cumplido dos décadas. Pocas hay que nos hayan aportado tanto. Pocas hay que nos hayan robado tanto. Probablemente sea Explorer lo único que haya en la intersección de ambos conjuntos. Te odiamos pero, muy muy en el fondo, sabemos que eres parte imprescindible de nuestra historia tecnológica y que no seríamos lo que somos sin ti. Felicidades. Y muérete ya.
PS Parece que Microsoft y yo coincidimos, por una vez…
Happy 20th Birthday, Internet Explorer! Thanks for all the great work you've done, but I've got it from here ;) pic.twitter.com/AsfUQ7OhDt
— Microsoft Edge (@MicrosoftEdge) agosto 16, 2015