De vez en cuando hay que dar una palmadita a los que lo hacen bien, para que no quede la cosa muy desequilibrada cuando le damos una colleja a quien no lo hace…
En este caso, se trata de una experiencia positiva con la tienda del Kindle. El lunes pasado venía en el Euromed desde Valencia a Barcelona. Acompañado del Kindle, que estaba usando para acabar una novela de Cory Doctorow que tenía comenzada hacía una eternidad. Cosas que pasan, la novela se acabó y me puse con uno de los ‘samples’ que me bajo de vez en cuando para tener algo que hacer en estos casos ‘de emergencia’. Cosas de la vida, el ‘sample’ me gustó lo suficiente como para animarme a pasar por caja y leerme el libro entero. Aquí entra uno de esos momento de los que a veces ni te das cuenta y que, en otras ocasiones, como la presente, te hacen sentir ciudadano de pleno derecho del siglo XXI: comprar un libro, con un clic, y comenzar a leerlo en el acto, mientras viajas a más de 180 kilómetros por hora. Hoy será casi normal, pero hace diez años no nos lo habríamos creído por más que nos lo hubiesen jurado.
Hasta aquí, una experiencia interesante pero nada más. Lo interesante llega unos segundos más tarde… Llevaba yo bastante tiempo sin comprarle nada a Amazon. Lo suficiente como para que la tarjeta que les consta ya no sea válida. Y allí llegó la [pequeña] decepción: habría que esperar a llegar a Barcelona para comprar el libro y poder seguir leyendo…
Pero no. Cuál es mi sorpresa cuando, después de ver el mensaje ‘lo sentimos, la tarjeta no es válida’, vuelvo atrás, a la lista de libros… y me encuentro con el libro, íntegro, esperándome. Y es que, en Amazon, el cliente es inocente mientras no se demuestre lo contrario. El más grande de los minoristas de comercio electrónico había decidido fiarse de mí. Que no corrían un gran riesgo es obvio (los 13 dólares que costaba el libro son una gota en el mar de ventas de Amazon, ciertamente), pero (i) ¿qué otra tienda habría hecho lo mismo? y (ii) consiguieron que, mientras compraba en la tienda más grande del planeta (y por tanto, la que uno podría imaginar más impersonal), me sintiese como en la tienda de la esquina, en que me conocen de toda la vida.
Quizás es que me impresiono con facilidad, pero Amazon me va a seguir teniendo de cliente durante mucho tiempo…